viernes, 12 de agosto de 2011

la Equidna I


Sentado con la mirada clavada en el infinito horizonte blanquiceleste, e inmóvil a causa del puñal clavado en lo profundo de sus entrañas ,daba los últimos hálitos de vida Hugo Campos. Su alma escapaba al ritmo del vaivén de las olas, acariciando las crestas doradas por el sol del lánguido atardecer .Su mente emprendió un viaje sideral, no existía el tiempo, las formas o el espacio, todo tenía sentido a la vez que no lo tenía , se mezcló el día con la noche ,el ocaso con el sol de oriente, el poniente con el levante; la luna y los astros que empezaban a constelar el purpúreo cielo de marzo se fusionaban formando un torbellino de melodías inauditas. Entonces sucedió…silencio…el último fragmento de vida que conformaba su ser , abandonó la crisálida de su cuerpo inerte.
Frente al océano Atlántico, entre dunas y palmeras,el chamizo de caña  y el café amargo. La espesa vegetación de juncos y jazmines está separada por piedras calcáreas del camino que lleva a la agreste infraestructura. Al lado de la hamaca ,la exuberante dama de noche extiende su domino oloroso mas allá de la valla que guarda el  huerto y el pozo azul. Saliendo de entre el camino ,une las marismas con el pueblo más cercano ,Hugo Campos vara en mano arreando al burro. A pesar de lo escuálido del animal tira con fuerza titánica del carro, salvando cualquier pendiente que se oponga entre él y su destino.

Hombre de costumbre , Hugo ,realiza puntualmente una visita mensual al pueblo para intercambiar el producto maduro de su huerta, y el pescado fresco del mar por otros necesarios para subsistir(carnes,gallinas,simientes,herramientas,libros,bujías,café, tabaco...). Su vida es una constante rutina ; levantarse con la grisalla del alba, preparar café en las ascuas aun refulgentes, rezar ya sea dando gracias a Dios por la armonía del día o implorando misericordia en el temporal; contemplar la grandeza de aquel magnánimo espejo glauco , saborear el tabaco de su pipa con cada sorbo de café amargo recién hecho; colocar el cebo en el anzuelo y esperar ,mientras arregla el huerto, que algún pez pique ; acto seguido aviva el fuego , come el menú que le repara el día y reposa leyendo en la hamaca .Cuando el sol levita fluctúa sobre el horizonte anaranjado sale a buscar leña y dar de comer a las bestias; luego a descansar tras deleitarse pipa en mano con la luminiscencia del universo...así día tras día, mes tras mes, año tras año ,década tras década.
Esas costumbres inveteradas rozando lo patológico, conformaban la medicina que su alma necesitaba para adormecer la quimera que subyacía del pecho al recordarla ."Sí aun siguiera con vida"  se lamentaba  cada vez que la lluvia griseaba el día.

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